Miguel Hernández no brilló en la élite
Miguel Hernández Sánchez nació en Madrid el 19 de febrero de 1970. Jugaba como defensa central y tocó el cielo con la selección española en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. A pesar de ello no logró hacerse un hueco en Primera División por culpa de las lesiones y la falta de oportunidades, aunque en las divisiones inferiores mostró un buen nivel. Era un futbolista con un carácter eminentemente defensivo que destacaba por su esfuerzo, entrega y trabajo, como él mismo afirmó tras fichar por el Espanyol en 1994.
Miguel comenzó su carrera futbolística en el modesto Club Deportivo Pegaso- hoy Galáctico Pegaso-, de la tercera división madrileña. En la temporada 90-91, un ojeador del Rayo Vallecano se fijó en las buenas cualidades del defensa y Miguel dio un salto de dos categorías y puso el pie por primera vez en Segunda División. Debutó con el conjunto franjirrojo el 9 de septiembre de 1990 en Vallecas, ante el Deportivo de la Coruña, y convenció a Eusebio Ríos, entonces técnico del Rayo, de que tenía sitio en el once titular. Disputó 29 partidos en su primer año como rayista.
Más irregular fue su participación en el equipo a comienzos de la temporada 91-92, pero todo cambió a partir de la jornada 22, coincidiendo con la llegada de José Antonio Camacho al banquillo de Vallecas. El técnico murciano apostó desde el primer momento por Miguel para cubrir uno de los puestos en el centro de la defensa y el madrileño no se perdió ningún encuentro desde entonces. A final de temporada alcanzó dos sueños, impensables dos años atrás: el ascenso a Primera División con el Rayo y la convocatoria para los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Miguel Hernández no fue el único jugador de Segunda División que entró en la pre-convocatoria de Vicente Miera, pero sólo dos fueron elegidos para integrar la lista definitiva: el propio Miguel y Cañizares, que ese año había jugado en el Mérida. Pero en el torneo olímpico a Miguel le tocó ver el espectáculo desde la barrera. Tuvo sus primeros minutos en el segundo tiempo del partido frente a Colombia y fue titular ante Egipto por las ausencias de los sancionados Juanma y Abelardo, pero no volvió a jugar desde el duelo contra la selección egipcia. Aún así puso su granito de arena para que la selección española lograra la medalla dorada.
A la vuelta de los Juegos, Miguel Hernández escribió una nueva página en su trayectoria deportiva: el estreno en Primera División. El Rayo Vallecano retornó a la élite y renovó a Camacho como técnico franjirrojo, que continuó confiando enteramente en Miguel. Terminó su primer año en la división dorada con 35 partidos disputados, 34 como titular, y sus dos primeros goles anotados en el fútbol profesional.
La temporada 93-94 fue igual de productiva a nivel individual. Miguel Hernández sobrevivió al ir y venir de entrenadores en el Rayo Vallecano; Félix Barderas, Felines (J1-J9), Fernando Zambrano (J10-J22) y David Vidal (J23- J38) y acabó siendo una pieza importante para los tres. Participó en 32 partidos, 28 de ellos como titular. Sin embargo, a nivel colectivo la campaña tuvo un desenlace infortunado con el descenso a Segunda División.
Miguel Hernández no regresó a la división de plata con el equipo madrileño. José Antonio Camacho, entonces en el banquillo del Espanyol, pidió el fichaje del central y Miguel cambió la capital por Barcelona, la ciudad que tan buenos le traía de su participación en los Juegos Olímpicos. Pero la continuidad que había tenido en el Rayo Vallecano no la encontró en el club perico. Hasta la octava jornada- ante el Logroñés- no jugó sus primeros minutos oficiales con la camiseta blanquiazul y después tuvo que esperar a enero para volver a participar en un partido.
La Copa del Rey le dio a Miguel Hernández la oportunidad de intentar ganarse el puesto. En el partido de ida de octavos de final ante el Palamós fue titular y jugó el encuentro completo, lo que le valió repetir en el once inicial del partido de vuelta, el 11 de enero. Pero minutos antes del descanso, una entrada le provocó una fractura múltiple en el tobillo derecho, la lesión más grave que había sufrido hasta entonces y que le obligó a pasar por el quirófano.
Miguel estuvo casi un año de baja y, cuando recibió el alta médica, en diciembre de 1995, se encontró con que el club perico le buscaba una salida. El Mallorca y el Xerez se interesaron por lograr la cesión del central madrileño en el mercado invernal y, aunque todo parecía hecho en ambos casos, finalmente Miguel Hernández permaneció en Sarriá. La falta de oportunidades fue la tónica en los meses que restaban de competición y el central sólo participó en el último encuentro de la temporada.
Las cosas no le fueron mejor durante el curso 96-97. Las puertas de la titularidad e incluso de la suplencia estaban cerradas para él y aguantó esa dinámica hasta diciembre, cuando se desvinculó del club perico y se marchó al Salamanca. Miguel Hernández dejó atrás los focos de Primera División y regresó a la categoría de plata, donde había empezado su línea ascendente. Con el equipo salmantino fue titular desde el principio y jugó los seis primeros partidos como titular, pero el puesto de central estaba muy cotizado y Miguel pasó a quedarse fuera de las convocatorias por sistema. El técnico charro Andoni Goikoetxea dejó de apostar por él y no volvió a jugar un minuto con el Salamanca.
Así las cosas, en el verano de 1997 volvió a cambiar de aires y fichó por la Unió Esportiva Lleida, que militaba también en Segunda División. Allí Miguel Hernández volvió a sentirse futbolista y recuperó las buenas sensaciones, aunque no tuvo la regularidad deseada. Disputó 24 encuentros entre Liga y Copa, 16 de ellos saliendo de inicio.
El curso siguiente Miguel continuó en tierras catalanas, pero cambió el Lleida por el Terrassa, que militaba en Segunda División B. Tampoco allí le acompañó la fortuna; disputó 16 encuentros y tan sólo pudo encadenar seis jornadas consecutivas como titular. En su última temporada como futbolista en activo retornó a Madrid y se enroló en el Móstoles, también de la división de bronce. Participó por primera vez con el cuadro madrileño en la jornada 16 y desde entonces tuvo una cierta continuidad. El 14 de mayo de 2000, ante el Ávila, jugó su último partido como futbolista en activo, en el que el cuadro mostoleño certificó su descenso a Tercera.
Una vez que colgó las botas dejó de lado el mundo del fútbol y se pasó al ámbito de la enseñanza en un instituto. En los últimos años también dio el salto a los banquillos; dirigió a las selecciones madrileñas sub 12 y sub 16 y en la actualidad es coordinador en la Escuela AFE.
Miguel comenzó su carrera futbolística en el modesto Club Deportivo Pegaso- hoy Galáctico Pegaso-, de la tercera división madrileña. En la temporada 90-91, un ojeador del Rayo Vallecano se fijó en las buenas cualidades del defensa y Miguel dio un salto de dos categorías y puso el pie por primera vez en Segunda División. Debutó con el conjunto franjirrojo el 9 de septiembre de 1990 en Vallecas, ante el Deportivo de la Coruña, y convenció a Eusebio Ríos, entonces técnico del Rayo, de que tenía sitio en el once titular. Disputó 29 partidos en su primer año como rayista.
Más irregular fue su participación en el equipo a comienzos de la temporada 91-92, pero todo cambió a partir de la jornada 22, coincidiendo con la llegada de José Antonio Camacho al banquillo de Vallecas. El técnico murciano apostó desde el primer momento por Miguel para cubrir uno de los puestos en el centro de la defensa y el madrileño no se perdió ningún encuentro desde entonces. A final de temporada alcanzó dos sueños, impensables dos años atrás: el ascenso a Primera División con el Rayo y la convocatoria para los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Miguel Hernández no fue el único jugador de Segunda División que entró en la pre-convocatoria de Vicente Miera, pero sólo dos fueron elegidos para integrar la lista definitiva: el propio Miguel y Cañizares, que ese año había jugado en el Mérida. Pero en el torneo olímpico a Miguel le tocó ver el espectáculo desde la barrera. Tuvo sus primeros minutos en el segundo tiempo del partido frente a Colombia y fue titular ante Egipto por las ausencias de los sancionados Juanma y Abelardo, pero no volvió a jugar desde el duelo contra la selección egipcia. Aún así puso su granito de arena para que la selección española lograra la medalla dorada.
A la vuelta de los Juegos, Miguel Hernández escribió una nueva página en su trayectoria deportiva: el estreno en Primera División. El Rayo Vallecano retornó a la élite y renovó a Camacho como técnico franjirrojo, que continuó confiando enteramente en Miguel. Terminó su primer año en la división dorada con 35 partidos disputados, 34 como titular, y sus dos primeros goles anotados en el fútbol profesional.
La temporada 93-94 fue igual de productiva a nivel individual. Miguel Hernández sobrevivió al ir y venir de entrenadores en el Rayo Vallecano; Félix Barderas, Felines (J1-J9), Fernando Zambrano (J10-J22) y David Vidal (J23- J38) y acabó siendo una pieza importante para los tres. Participó en 32 partidos, 28 de ellos como titular. Sin embargo, a nivel colectivo la campaña tuvo un desenlace infortunado con el descenso a Segunda División.
Miguel Hernández no regresó a la división de plata con el equipo madrileño. José Antonio Camacho, entonces en el banquillo del Espanyol, pidió el fichaje del central y Miguel cambió la capital por Barcelona, la ciudad que tan buenos le traía de su participación en los Juegos Olímpicos. Pero la continuidad que había tenido en el Rayo Vallecano no la encontró en el club perico. Hasta la octava jornada- ante el Logroñés- no jugó sus primeros minutos oficiales con la camiseta blanquiazul y después tuvo que esperar a enero para volver a participar en un partido.
La Copa del Rey le dio a Miguel Hernández la oportunidad de intentar ganarse el puesto. En el partido de ida de octavos de final ante el Palamós fue titular y jugó el encuentro completo, lo que le valió repetir en el once inicial del partido de vuelta, el 11 de enero. Pero minutos antes del descanso, una entrada le provocó una fractura múltiple en el tobillo derecho, la lesión más grave que había sufrido hasta entonces y que le obligó a pasar por el quirófano.
Miguel estuvo casi un año de baja y, cuando recibió el alta médica, en diciembre de 1995, se encontró con que el club perico le buscaba una salida. El Mallorca y el Xerez se interesaron por lograr la cesión del central madrileño en el mercado invernal y, aunque todo parecía hecho en ambos casos, finalmente Miguel Hernández permaneció en Sarriá. La falta de oportunidades fue la tónica en los meses que restaban de competición y el central sólo participó en el último encuentro de la temporada.
Las cosas no le fueron mejor durante el curso 96-97. Las puertas de la titularidad e incluso de la suplencia estaban cerradas para él y aguantó esa dinámica hasta diciembre, cuando se desvinculó del club perico y se marchó al Salamanca. Miguel Hernández dejó atrás los focos de Primera División y regresó a la categoría de plata, donde había empezado su línea ascendente. Con el equipo salmantino fue titular desde el principio y jugó los seis primeros partidos como titular, pero el puesto de central estaba muy cotizado y Miguel pasó a quedarse fuera de las convocatorias por sistema. El técnico charro Andoni Goikoetxea dejó de apostar por él y no volvió a jugar un minuto con el Salamanca.
Así las cosas, en el verano de 1997 volvió a cambiar de aires y fichó por la Unió Esportiva Lleida, que militaba también en Segunda División. Allí Miguel Hernández volvió a sentirse futbolista y recuperó las buenas sensaciones, aunque no tuvo la regularidad deseada. Disputó 24 encuentros entre Liga y Copa, 16 de ellos saliendo de inicio.
El curso siguiente Miguel continuó en tierras catalanas, pero cambió el Lleida por el Terrassa, que militaba en Segunda División B. Tampoco allí le acompañó la fortuna; disputó 16 encuentros y tan sólo pudo encadenar seis jornadas consecutivas como titular. En su última temporada como futbolista en activo retornó a Madrid y se enroló en el Móstoles, también de la división de bronce. Participó por primera vez con el cuadro madrileño en la jornada 16 y desde entonces tuvo una cierta continuidad. El 14 de mayo de 2000, ante el Ávila, jugó su último partido como futbolista en activo, en el que el cuadro mostoleño certificó su descenso a Tercera.
Una vez que colgó las botas dejó de lado el mundo del fútbol y se pasó al ámbito de la enseñanza en un instituto. En los últimos años también dio el salto a los banquillos; dirigió a las selecciones madrileñas sub 12 y sub 16 y en la actualidad es coordinador en la Escuela AFE.